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Crítica de 'El gran hotel Budapest': Una estancia inolvidable



Hablar de Wes Anderson es hablar de uno de los genios de la comedia moderna, es hablar de un director con un estilo muy particular que ha ido puliendo película a película hasta llegar a 'El gran hotel Budapest', donde alcanza su estado de mayor plenitud y madurez creativa. Su nueva cinta conserva muchos de los elementos que conforman su sello personal y que más adelante comentaré, pero el director tejano ha sabido sacarle partido a su propia fórmula de modo que, lejos de mostrar signos de agotamiento, consigue sorprender con cada trabajo, como ha hecho una vez más.

La historia se desarrolla en un famoso hotel situado en la ficticia ciudad de Zubrowka durante el período de entreguerras. En él, el conserje Gustave H. y su ayudante Zero Moustafa entablan una gran amistad. Todo marcha en orden hasta que se producen una serie de acontecimientos inesperados: por un lado, la muerte en extrañas circunstancias de una asidua visitante; por otro, la desaparición de una valiosísima pintura renacentista; y, por último, una importante disputa familiar a causa de una herencia. A partir de aquí, Anderson nos sumerge una vez más en su universo y, con un ritmo y una narrativa frenéticos, nos ofrece un cuento de noventa minutos lleno de magia, aventuras, diversión y momentos para el recuerdo.



Como decía, el director mantiene muchos de sus elementos característicos, empezando por la participación de actores habituales en sus cintas como Adrien Brody, Bill Murray, Owen Wilson o Willem Dafoe. Algunos de ellos se quedan en meros cameos, pues los que realmente llevan la batuta del film son Ralph Fiennes y el debutante Tony Revolori, quienes conforman una pareja brillante. Otros nombres de primerísimo nivel como Edward Norton, Jeff Goldblum o Jude Law completan un reparto de lujo. Otra de sus señas de identidad es su humor sencillo y, por momentos, rozando lo absurdo (en el mejor sentido). No es un humor del que te hace reír a carcajadas, pero sí del que te mantiene con la sonrisa en la boca durante todo el metraje. Y otro de sus puntos fuertes es su ritmo alocado que no da un solo minuto de respiro, ya que en todo momento están ocurriendo cosas y es imposible apartar la vista de la pantalla.

Pero sin duda, donde Anderson vuelve a despuntar es en el apartado visual. Una vez más, nos encontramos ante un derroche de originalidad y colorido, donde cada detalle está pensado al milímetro y donde de cada plano se podría hacer un cuadro precioso, debido a la simetría de estos. Un auténtico placer para los sentidos sin necesidad de recurrir a las tres dimensiones tan de moda en nuestros días. Cabe destacar también la música de Alexandre Desplat, otro habitual en los últimos trabajos del cineasta, que acompaña perfectamente a las imágenes y que cada vez me gusta más como compositor. Lo único que se puede echar en falta es algo más de emotividad, aquella que tenía 'Moonrise Kingdom' (otra maravilla), pero puede que tampoco lo pretenda y esa pequeña frialdad sea buscada, cosa que no me extrañaría viniendo de quien viene.


En definitiva, estamos ante la que va a ser una de las mejores comedias de este año y ante una de las obras más completas de un director en estado de gracia. Además, probablemente sea su trabajo más accesible y fácil de digerir para todo tipo de público, de modo que aquellos que todavía no estéis familiarizados con el mundo de Wes Anderson, tenéis una oportunidad de oro para adentraros en él. Cuando salgáis de la sala de cine, notaréis que sois un poquito más felices que antes de entrar. Hay que verla sí o sí.

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Estudiante de Periodismo en la Universidad Miguel Hernández de Elche. Cinéfilo y musicadicto pero, por encima de todo, una bellísima persona.

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